Salk vs Sabin: las epidemias de polio, la vacuna y el enfrentamiento feroz entre los científicos
La poliemielitis era una de las enfermedades más temidas. Atacaba a los chicos, producía muertes y parálisis, Hasta que en 1955, Jonas Salk logró una vacuna que consiguió combatirla. Luego, Albert Sabin creó la vacuna oral. Los motivos de la legendaria pelea y un final que los juntó décadas después de sus muertes
Después de la Segunda Guerra Mundial, mientras la mayoría de los países occidentales disfrutaban una nueva etapa de esperanza, desarrollo y confort, las sociedades convivían con dos grandes temores. Por un lado, la guerra nuclear: el botón rojo que podía apretar en cualquier momento el líder de alguna de los dos súper potencias. Por el otro, la poliomielitis. La enfermedad viral atemorizaba sociedades enteras que no sabían cómo defenderse de ella.
Era un fantasma enorme y atemorizante que se instalaba cada verano. En los días más largos, soleados, hechos para la diversión, la presencia ominosa de la polio era una amenaza constante. Esa amenaza, cada unos cuantos años, se corporizaba con violencia y arrastraba la vida de muchos chicos. El pánico que producía se fundaba en varias razones. No tenía cura, atacaba preferentemente a chicos: sus víctimas habituales tenían entre 4 y 16 años, tenía un alto poder de contagio, un índice de mortalidad elevado y a muchos de los que no mataba los dejaba con severas discapacidades.
La escritora argentina María Rosa Oliver, atacada por la epidemia de 1919, en Buenos Aires escribió en Mundo, mi casa, un texto autobiográfico: “La fiebre al ceder iba dejándome débil y lúcida. En esta lucidez oí por primera vez dos palabras que me sonaron a hierbas silvestres y miel: polio mielitis. La misma voz, o quizá otra, le dio un nombre menos bonito: parálisis infantil, enfermedad que hacía poco había causado estragos en Suecia. La enfermedad era casi desconocida en Argentina”.
La gente no sabía cómo actuar ante la aparición estival de la polio. Los métodos para defenderse de ella eran infructuosos. Aislamiento, envolver a los chicos entre mantas apretadas, vahos calientes, pintar con cal árboles, veredas y paredes. Las supersticiones se imponían ante la falta de respuestas científicas.
Una serie de implementos médicos y ortopédicos se asociaron de inmediato con la polio. Guías de metal para las piernas, arneses sólidos para las caderas, férulas rígidas para las extremidades, y unos primitivos respiradores artificiales, unas bombas de oxígeno, en la que los chicos eran puestos dentro para poder seguir respirando: los llamaban Pulmones de Acero.
Sesenta y cinco años atrás, el 12 de abril de 1955, el mundo despertó con una gran noticia, la mejor posible. En Estados Unidos, el Dr. Jonas Salk había descubierto la vacuna contra la polio. Ese día la vacuna fue aprobada y declarada efectiva y segura. Un clima festivo se instaló en el mundo. Una de las peores amenazas se disipaba.
La fecha no fue elegida con ingenuidad. Ese 12 de abril se cumplían los 10 años de la muerte de Franklin Delano Roosevelt, el cuatro veces presidente de Estados Unidos. Roosevelt fue un personaje vital en esta historia. En 1921, con 39 años, era uno de los políticos con mayor futuro de su país. Había sido elegido como senador siendo muy joven y luego su papel en el área de Defensa durante la Primera Guerra Mundial había sido determinante para cimentar su fama. Una tarde luego de nadar y jugar con sus hijos en una casa de campo se sintió mal. Fiebre, dolores fuertes y, de pronto, la inmovilidad de los miembros inferiores. El diagnóstico fue rápido y desesperanzador. Roosevelt tenía polio. Mucho pensaron que su carrera política se había terminado. Pero él no.
Durante años se centró en rutinas de rehabilitación. Estuvo fuera de la vida pública casi siete años. Cuando reapareció fue elegido gobernador de Nueva York. De ahí a la presidencia del país. La recuperación después de la Gran Depresión, el New Deal, la Segunda Guerra Mundial, la muerte mientras trabajaba en su despacho, los cuatro periodos presidenciales. Pero dentro de sus hitos debe consignarse el apoyo que brindó para que se estudiara la vacuna contra la polio.
Roosevelt dio el impulso para que se formara la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil. Al frente de ella puso a un antiguo socio suyo. La tarea que hizo la organización fue extraordinaria. Sus campañas para recaudar fondos, los eventos benéficos, los afiches para generar conciencia, el uso de figuras públicas para atraer atención sobre la causa. Había urnas para depositar donaciones en cada evento masivo de Estados Unidos. Además se creó la Marcha de los Diez Centavos (March of Dimes), en la que se le pedía a cada ciudadano que aportara al menos una moneda de ese valor. La Fundación Nacional para la Parálisis Infantil llegó a recaudar 20 millones de dólares en un año. El mayor éxito fue haber puesto en medio de la discusión pública, haber visibilizado la enfermedad; haber convencido a la sociedad que la enfermedad era terrible pero, también, que se podía encontrar una solución para ella.
La polio pese a ser persistente y a tener veranos en que sus víctimas se contaban de a miles tenía menor incidencia que muchas otras enfermedades que aquejaban a la niñez. Por gripe o por accidentes morían muchos más chicos al año. Sin embargo, las imágenes ominosas de los jóvenes con las extremidades deformadas, o en sillas de ruedas, o, peor aún, de las cabecitas surgiendo de esos tenebrosos cilindros metálicos que los asistían para respirar, conseguían que estuviera siempre presente. La polio era el gran enemigo porque su víctima favorita era la infancia. De esa característica y no de las estadísticas surgía el justificado terror que generaba.
Esta organización, con ese dinero, propició la investigación científica para alcanzar una vacuna. En 1948 contrataron a un joven médico que había abandonado el ejercicio de la clínica para dedicarse a la investigación. Jonas Salk, con poco más de 30 años, se puso al frente de las investigaciones. Su enfoque de la situación era diferente al de la mayoría de sus colegas. Él sostenía la posibilidad de obtener una vacuna de un virus muerto, inactivado con formol, contra la opinión de la mayoría de la comunidad científica.
Pero su método, entre otras virtudes, se mostraba más veloz. Era factible que a través de su procedimiento se pudiera llegar a una vacuna aprobada mucho antes que con los otros.
Jonas Salk se enfocó en su objetivo y contó con todo el apoyo de la poderosa Fundación. Una vez que obtuvo la vacuna, el proceso de prueba de ella fue realizado a una escala demencialmente grande. Fue llamado el experimento médico más grande de la historia. Más de dos millones de voluntarios.
El día del anuncio, Jonas Salk fue invitado al programa periodístico más importante de Estados Unidos, el de Edward Murrow (el periodista representado en Good Night, Good Luck, la película de George Clooney). Luego de hablar de la eficacia de la vacuna, de la dificultad en la investigación y de los beneficios que traería a la población, Murrow le preguntó a Salk a quién le pertenecía la patente del reciente descubrimiento: “A la gente. Lo que quiero decir es que no hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?”. Un reciente estudio de la Revista Forbes estimó que Salk dejó de ganar 7 mil millones de dólares por no patentar su vacuna. Sus detractores (de los que tenía montones en la comunidad científica) sostenían que había poca originalidad en su trabajo.
Jonas Salk de 41 años se convirtió en una celebridad. Fue el científico más conocido del mundo durante un par de décadas. Llegó a la tapa de la revista Time, era invitado a la televisión y reverenciado por el público. Los medios decían que había producido un milagro. A él toda esta fama lo descolocó. No quería estar en el candelero de manera permanente, deseaba volver a su laboratorio. En esa entrevista, el día que la fama llegó a él, Murrow, veterano en esa lides, le advirtió: “Joven, una desgracia se acaba de abatir sobre usted: perdió el anonimato”.
En una entrevista de 1980, Salk contó: “Desde el anuncio de la vacuna, me convertí en una especie de propiedad pública. Me trajo grandes beneficios, honores y oportunidades. Pero también enormes cargas. Afectó mi vida cotidiana, mis relaciones personales, mi interacción con mis colegas”.
Las relaciones con sus colegas se vieron, de hecho, afectadas. La comunidad científica no veía con buenos ojos a Jonas Salk. Salía en la televisión, en las revistas, sus métodos no eran los convencionales. Un científico pensaban no debía comportarse así.
Pero todos sus colegas hubo uno en especial que fue su gran oponente, Albert Sabin. la rivalidad Sabin- Salk es uno de los grandes y apasionantes enfrentamientos de la era moderna.
Como en todas las rivalidades míticas en el medio hay razones, cuestiones ideológicas, celos, intereses, triunfos parciales, choque de egos, victorias pírricas, gestos de grandeza y hasta una espectacular e inesperada vuelta de tuerca final.
Sabin era casi una década más grande que Salk. Cuando éste ingresó al mundo de la investigación, Sabin ya tenía un nombre consolidado. El primer enfrentamiento se produjo en 1948. En una conferencia el científico Thomas Turner habló sobre la posibilidad de un nuevo acercamiento a la cuestión, algo diferente al enfoque tradicional. Salk que venía pensando en la cuestión de los virus inactivados saltó enfervorizado y apoyó a Turner. Sabin, ya con todo el prestigio alrededor suyo, le respondió ante una sala repleta de los investigadores más respetados del momento: “Dr. Salk, debería conocer más en profundidad el tema para poder intervenir”. Años después, recordando el episodio, Salk dijo: “Fue como si me dieran una patada en los dientes”.
Pero ya entrada la década del 50 la carrera entre ellos fue mano a mano. Salk Vs Sabin. Virus vivos atenuados Vs. virus muertos, inactivados.
En 1952 surgió un brote feroz de polio con epicentro en Nueva York. Más de 50 mil contagios de los cuales la mitad terminó en muertes o discapacidades severas. La ciencia se debía apurar en conseguir una respuesta.
Esa epidemia es la que describe Philip Roth en su novela Némesis: “La Polio, o Parálisis Infantil, podía atacar a cualquiera y sin ninguna razón aparente. Aunque quienes la padecían eran generalmente niños o adolescentes hasta los 16 años, también los adultos podían resultar gravemente infectados. (…) Puesto que nadie conocía la fuente de contagio era posible sospechar de casi todo, incluso de los escuálidos gatos callejeros que se acercaban a los tachos de basura, y de las palomas que volaban por encima de las casas. En el primer mes de brote el departamento de sanidad se puso a exterminar sistemáticamente la enorme población de gatos callejeros”.
Salk con el apoyo de la Fundación para la Parálisis Infantil ganó la carrera. Sabin sostenía, convencido, que inocular virus muertos era peligroso. Su vacuna debía todavía superar años de trabajo. Cuando apareció, la Sabin que se daba por vía oral fue desplazando a la de Salk que era intravenosa. Pero recién fue aprobada en 1964. El mundo no podía esperar tanto.
La de Salk enfrentó un problema apenas salió. Cinco laboratorios la producían. Uno de ellos, Cutter, envió una partida contaminada que provocó que varios niños se contagiaran de polio. Luego de ella no se conoció ningún caso más. En cambio la de Sabin provocó durante un tiempo una treintena de casos anuales. Además de la facilidad para la aplicación, la de Sabin tenía la ventaja que quienes la recibían ya no podían contagiar la polio a otros.
El enfrentamiento entre ellos persistió durante años. Se intercambiaban dardos en cada aparición pública. Ninguno obtuvo el Premio Nobel. Algunos especialistas sostienen que de otorgárselo a Sabin también debían hacerlo con Salk y eso es lo que deseaban evitar. Otros recuerdan que Alfred Nobel habló en las bases del Premio sobre “Innovaciones” y lo que ambos hicieron fue a partir de diversos descubrimientos ajenos. La comunidad científica norteamericana se volcó, en esta contienda, del lado de Sabin. La opinión pública estuvo con Salk, el que para ellos salvó a una generación de chicos. En dos años la tasa de Polio en Estados Unidos bajó un 97 %.
Una especie de justicia poética vino a poner fin a la rivalidad entre estos dos científicos. Hace pocos años la Organización Mundial de la Salud estableció que ya no se diera la Sabin trivalente sino una combinación de la Sabin y la de Salk. Todos los niños del mundo reciben en la actualidad ambas vacunas. Décadas después de la muerte de los dos científicos, sus aportes se aúnan.
Luego de la aparición de la vacuna, en Estados Unidos se realizó una contundente campaña. Millones de dosis aplicadas en tiempo récord. Los padres de chicos pequeños llevaban a sus hijos. Pero las autoridades se enfrentaron con un problema. Los adolescentes no concurrían. La Fundación, una vez más, entró en acción. Convocó al ídolo del momento. Elvis Presley, antes de una actuación el programa de Ed Sullivan, se aplicó la vacuna en televisión. Al día siguiente millones de adolescentes hacían cola en los vacunatorios.
Pero en el resto del mundo, la vacuna tardó en llegar. En Argentina hubo una epidemia muy grave en 1956. Lo mismo sucedió en la Unión Soviética. Rodolfo Walsh en su cuento Esa Mujer, pone en boca del personaje que representa al Coronel Moori Koenig cuenta que recibe amenazas telefónicas. La más grave de ella era: “Ojalá a tus hijas les agarre polio”. La peor maldición concebible por esos días.
La Unión Soviética invitó a Salk a llevar su descubrimiento a esas tierras. El Departamento de Estado norteamericano lo autorizó, pero cansado de sus obligaciones públicas y de la exposición, declinó la oferta a último momento. La U.R.S.S. entonces fue por Sabin quien encontró decenas de millones de voluntarios para probar su vacuna. Luego de esas pruebas, su vacuna fue aprobada.
Jonas Salk, en 1964, se puso al frente de la Fundación Salk en dónde se realizaron importantes investigaciones a lo largo de los años. En 1985, con la irrupción del SIDA, centró sus estudios en el tema.
En 1970 se casó con la artista plástica Francoise Gilot, que había estado casada con Pablo Picasso. Cuando los presentaron ella no demostró demasiado interés. “Los científicos son aburridos”, pensó. Sin embargo Salk la sorprendió. Pocos meses después le propuso casamiento. Ella se negó. Él le entregó una hoja y le pidió que escribiera los motivos por los cuales no quería. La lista decía, entre otras cosas: “No puedo estar junto a otra persona más de 6 meses al año”, “Tengo mis propios hijos” (Paloma Picasso es una de ellas), “Tengo mi propia carrera como mi pintora y no la pienso relegar”, “Me gusta vivir poco tiempo en cada lugar”. Salk la leyó con detenimiento, levantó la vista y le dijo con una sonrisa: “Todo muy razonable. No veo por qué no puedo vivir bajo estas reglas. Casémonos”. Lo hicieron y vivieron (viéndose seis meses al año) casados hasta la muerte del científico en 1995.
Jonas Salk tardó más de siete años de arduo trabajo en hallar la vacuna contra la polio. Lo hizo contra la opinión de sus colegas, siguiendo su instinto, su vocación. Con su esfuerzo, talento y obstinación logró, junto a Albert Sabin, erradicar una enfermedad. Y en especial apagar definitivamente uno de los mayores temores de las sociedades modernas.