Tres cartas de despedida en el bolsillo y una decisión signada por la vergüenza: el trágico final de Leonardo Simons
El emblemático conductor de Sábados de la bondad y Finalísima se suicidó el 15 de octubre de 1996 abrumado por el escándalo tras la denuncia de cohecho que pesaba contra su hermano, el juez Carlos Wowe
“No me agarren”, les dijo a sus dos secretarias. Era el martes 15 de octubre de 1996. Y Leonardo Simons, de apenas 49 años de edad, ya había tomado una decisión. Sentado de espaldas en la ventana de su oficina, ubicada en el piso 13 de un edificio de Avenida Córdoba al 1300, se inclinó hacia atrás. Al comprender cuál era su intención, las mujeres lo tomaron con fuerza de sus pantalones para tratar de evitar que lograra su cometido. Pero él, sin dudarlo, se desabrochó el cinturón para terminar cayendo treinta metros por el hueco de aire y luz del inmueble. Murió de manera inmediata.
En uno de los bolsillos de la prenda que había quedado en las manos de las empleadas que intentaron salvar al conductor de éxitos legendarios de los años ‘80 como Domingos para la juventud, Sábados de la bondad y Finalísima en el viejo Canal 9, había tres cartas. Una estaba dirigida a su esposa, Ruth Kisielmnicki. La otra, a sus hijas Vanesa y Bárbara, frutos de su primer matrimonio con la locutora Alicia Gorbato. Y, la última, a sus amigos de toda la vida. Estaba claro que venía planeando este desenlace hacía varios días. Pero la pregunta que todos se hacían era: “¿Por qué?”
“Me diste diez años de felicidad”, le decía a su última pareja en la misiva que había fechado el 9 de octubre, es decir, seis días antes del suicidio. En ella le pedía que cuidara a sus hijas “por el resto de sus vidas”. A las chicas, que por entonces tenían 19 y 13 años, les escribió con lápiz en un papel sin firma: “Papá prefirió tomar esta actitud que cree valiente porque se me reventó la cabeza y es mejor que ser una carga de por vida para ustedes, estando en un manicomio. Las amo como a nadie amé en este mundo”. Finalmente, a sus amigos de quienes se despidió con un “hasta siempre”, les explicó: “Mi bocho explotó y necesita paz”.
A lo largo de sus casi tres décadas trabajando en los medios de comunicación, Leonardo había logrado forjar una carrera intachable. Nunca había protagonizado un escándalo. Sin embargo, en los últimos tiempos su nombre se había visto empañado debido a su hermano, el juez Carlos Wowe, quien había sido acusado de haberle pedido una coima al periodista Bernardo Neustadt para “arreglar” un expediente. Y los diarios de la época no hacían más que hablar de esa causa, que terminó con la renuncia y la condena del magistrado, haciendo referencia una y otra vez a su vínculo con el conductor.
Profesionalmente, Simons seguía atravesando un muy buen momento, ya que para entonces se había convertido en una de las figuras de Telefé y estaba al frente del ciclo Ta Te Show. Pero en las dos semanas previas a su muerte se había mostrado de lo más abatido. Ya no era el hombre divertido que todos conocían. Y lucía más delgado de lo habitual. No obstante, cuando alguno le preguntaba cómo estaba sobrellevando la situación, contestaba: “En la vida siempre hay que seguir adelante”. Pero era evidente que esta frase no era más que un cliché. Y la realidad era que ya no podía soportar más el escarnio.
“Leonardo murió por vergüenza y de vergüenza. Y también hizo gala, en el final de su vida, de una dignidad poco común. Algo que, precisamente, no abunda en los tiempos que corren. Quiero recordar con estas pocas palabras a este compañero de treinta años”, dijo el conductor Fernando Bravo el sábado siguiente a la muerte de Simons durante el cierre de Siglo XX, Cambalache, el programa que precedía en Telefé a Ta Te Show . Y, de esta manera, echó por tierra con las especulaciones sobre otros posibles motivos que habían llevado al conductor a tomar esta drástica determinación. La razón era una. Y se sabía.
Minutos más tarde, Silvio Soldán, quien tuvo que reemplazar de urgencia a Simons en su ciclo sabatino por pedido del canal y de su propia familia, presentó un homenaje en el que se hizo un repaso de su trayectoria y enfatizó: “Leonardo no estaba bien. Sin embargo, luchaba con todas las fuerzas de su alma para que ustedes no se dieran cuenta. Saber que estaban ustedes del otro lado, pienso que, de alguna manera, le acariciaba el alma”. ¿Un infidencia? Cuando Soldán -que había sido conductor de Feliz domingo y Grandes Valores del Tango- había estado en el ojo de la tormenta por su separación de Silvia Süller y, por decoro, había decidido rescindir su contrato con Canal 9, la emisora propiedad de Alejandro Romay, Simons le había confesado en privado: “Si me pasa lo que te pasó a vos, me mato”.
El público quedó conmocionado tras el suicidio. Pero, obviamente, la peor parte se la llevó su familia. “Mi viejo entró en una depresión los últimos 15 días de su vida. No era mi papá, el de siempre, carismático, divertido, que le gustaba ir a trabajar. Estaba medicado, fue un cambio brutal para mí”, contó su hija Barbie en una visita a PH, Podemos Hablar. Y siguió: “Me acuerdo que fue un martes. El día anterior mi papá me abrazó muy fuerte, pero muy fuerte, como nunca me había abrazado en su vida. Fui al colegio y, en el primer recreo, me dio la sensación de querer llamar a mi viejo, de querer decirle algo. Me quedé con ese abrazo del día anterior. Y no lo hice. Y al rato me enteré. Vino la directora y me llevaron a mi casa. En el taxi yo ya sabía que algo había pasado sin que me lo dijeran. Siempre me quedé con esa sensación de qué hubiera pasado si yo lo hubiera llamado a su celular y le hubiera dicho: ‘Te amo, papá, acá estoy’. Quizá la historia hubiese sido distinta, no lo sé”.
Simons había nacido el 1 de septiembre de 1947 en Villa Crespo. Su nombre real era Leonardo Simón Wowe. Y, aunque su infancia no había sido nada fácil, siendo apenas un niño había comenzado a trabajar tanto en la fiambrería de su padre como de vendedor ambulante para tratar de salir adelante. Cuando terminó la primaria, se anotó en la escuela industrial Otto Krause, donde pasó un riguroso examen de ingreso. Y, como el colegio tenía doble escolaridad, trató de generar un rebusque para los fines de semana. Así fue como empezó a animar bailes. Y descubrió su verdadera vocación.
Tras su paso por el Iser, en 1968 se recibió de locutor y comenzó a trabajar en televisión. Su primer contrato fue para la Campana de Cristal, el programa que conducía Héctor Larrea por Canal 13. Y, al año siguiente, se pasó al 9 para conducir Música en libertad. Tuvo, también, algunos pequeños papeles en telenovelas, como El amor tiene cara de mujer y Cuatro hombres para Eva. Pero, con un estilo característico, se convirtió en un mimado de la emisora de Romay y en uno de los preferidos de la audiencia.
“Nos convertimos en modelos que podemos ser imitados, por eso nuestras actitudes deben ser dignas y respetables”, había dicho en 1993 cuando aceptó concretar “el pase del año” a Telefé. Había sido convocado para conducir el ciclo de entretenimientos en el que, tres días antes de su muerte, se despidió para siempre de la pantalla chica, abrumado por un oprobio del que ni siquiera era el protagonista.
fuente PorNancy Duré de infobae